martes, 11 de mayo de 2010

La hija del carbonero

La Hija del Carbonero
Había una vez un hombre llamado Jamal, que tenía siete hijas y para poder alimentarlas hacía carbón en el bosque y lo vendía en la ciudad. Todas las hijas, menos la pequeña, se avergonzaban de su padre porque era pobre y porque de tanto trabajar todo el día con el carbón iba sucio, ennegrecido y mal vestido. Para disimular que estaban en tan mala situación, las seis hijas se pasaban todo el día maquillándose y poniéndose guapas, sin hacer nada. Dejaban todas las faenas de la casa en manos de su hermana pequeña, Fátima, que se ocupaba de buen grado. Por la noche, cuando su padre llegaba cansado, ella le traía las sandalias y le quitaba enseguida la ropa que estaba llena de polvo negro para que por la mañana se pudiera poner limpia. Fátima era conocida en todo el país por su inteligencia. Era capaz de comprender las palabras más complicadas y resolver los enigmas más difíciles. El emir de aquella región, el Gran Samir, también tenía fama de ser un gran aficionado a los enigmas y, como era muy autoritario y caprichoso, los proponía muy difíciles para sus súbditos, y tenían que resolverlos rápidamente si no querían perder la vida. Un día explicó a los habitantes de la ciudad, entre los que se encontraba el carbonero, esta adivinanza: Tengo un árbol con doce ramas Cada rama tiene treinta tallos Cada tallo tiene cinco hojas Tenéis ocho días para decirme qué es. Si pasan ocho días y no lo habéis adivinado os cortaré la cabeza a todos. Los súbditos del rey se pusieron muy abatidos y preocupados y cada día procuraban por todos los medios encontrar la respuesta. Ya estaba cerca el día en que se tenían que volver a presentar delante del emir y el carbonero, acongojado, explicó el enigma a sus hijas. Cuando la pequeña, Fátima, lo escuchó, le dijo:
 No hay una cosa más fácil de resolver que el enigma del rey. Jamal, el padre, escuchó atentamente la explicación. Al día siguiente los hombres de la ciudad comparecieron delante del Gran Samir. A cada respuesta que no acertaban, el emir reía burlonamente y ponía a un lado a los condenados a muerte. Al final, le toca al carbonero.
 ¿Y tu que has encontrado? Le preguntó el emir riéndose, convencido de que no podría acertar aquello en lo que los otros habían fracasado.
 ¡Majestad! –dijo Jamal – nada más que Dios y vos sabéis la respuesta alenigma. No obstante, pienso que el árbol representa el año, las ramas los doce meses, los tallos los días de la semana y las hojas los cinco rezos de la jornada. El Gran Samir exclamó:
 Carbonero, has salvado tu vida y la de todos tus compañeros porque esta respuesta es la correcta. Un murmullo de alivio recorrió el grupo de hombres que ya se creían condenados. Pero, -el emir continuó diciendo – no puedo creer que tú solo hayas encontrado la respuesta. Dime ahora mismo quien te ha ayudado a resolver elenigma. El carbonero, muerto de miedo, le respondió:
 Una hija
 ¿Una hija? Quiero casarme con ella. Pero Majestad, es demasiado joven, es indigna de vos. Quiero casarme con la muchacha que te ha ayudado a resolver el enigma. Dile que se prepare, le doy el tiempo del árbol. De aquí a doce meses mis hombres irán a buscarla. El carbonero pensó que se trataba de un capricho del emir y que se olvidaría. Al cabo de doce meses los criados del emir se presentaron en casa del carbonero con una caravana cargada de magníficos regalos. El amo, el emir había encargado aquellos presentes para su prometida y también que le informasen de su belleza y sobretodo que le repitiesen una por una las palabras que ella les diga. Por el camino, los criados robaron parte de los presentes pensando que nadie se daría cuenta. Cuando llegaron, vieron a las siete hijas del carbonero: seis, estaban muy ocupadas engalanándose y mirándose al espejo, la séptima, la pequeña, enseguida se ocupó de recibirlos amablemente, ya que sus padres no estaban en casa en aquellos momentos. Al día siguiente, el padre y la madre volvieron y se sorprendieron mucho de ver en casa a los criados del emir porque ya se habían olvidado de la promesa que habían hecho. Al final de todo comieron el almuerzo que la joven había preparado en su honor. Cuando estaban a punto de acomodarse, la joven le dice al jefe de los hombres del emir:
 Cuando volváis al lado de vuestro amo, le presentáis mis respetos y, ahora, os pido que no olvidéis de decirle exactamente esto:
""Faltan estrellas en el cielo, agua en el mar, y plumaje a la perdiz". Los criados no entendían la idea, pero repitieron muchas veces las palabras de la joven para memorizarlas y poder decírselas al emir. Nada más llegar encontraron al amo impaciente por volver a verlos.
 ¡De prisa!, Dijo, – explicarme todo teniendo en cuenta de no olvidaros nada. Los criados repitieron una por una las extrañas palabras de la joven.
 ¡Miserables¡ -dijo el emir- ¿Que habéis hecho con mis regalos? El jefe de los criados se puso pálido. Se los dimos a ella – dijo ¿Le habéis dado todos los regalos? -preguntó el Gran Samir Los criados, al verse descubiertos, empiezan a suplicar delante del emir y pedir perdón. Traigan las piedras preciosas de las joyas de la joven, dijo el Gran Samir, he privado su cielo de estrellas. Cogiendo una parte de los perfumes he tirado el agua al mar y quedándoos con las joyas de oro y seda. Al poco tiempo, el emir y la joven celebraron sus nupcias. La fiesta duró siete días y siete noches. El carbonero vio como cambiaba su vida de un día para otro. No podía creer el milagro que lo había transformado de carbonero a padre de la reina. El emir estaba muy contento de tener en palacio una esposa que podía responder y jugar con las mismas armas que él al juego de los enigmas.

Recopilado por:Graciela Barrios Tejero

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